Hoy te escribo expresamente a ti, amigo y compañero Pedro Sánchez Pérez‑Castejón. Y lo hago desde el pleno convencimiento de que es algo que hago porque quiero y porque necesito hacerlo. Quizás porque quienes escribimos, necesitamos liberarnos de esa cargar onerosa que a veces es permanecer en silencio, cuando sabes que tienes mucho que decir y que lo haces, consciente de que mucha gente espera que lo hagas.

Lo hago sin miedo, sin sentirme obligado sino que siento la imperiosa necesidad de manifestar lo que pienso sobre todo lo que ha sucedido en estos días.

Es honda y profunda la herida que nos sacude las entrañas del socialismo, máxime cuando se le acaba de dar el Gobierno, por medio de la abstención de nuestro partido, a la formación que más daño ha hecho a España durante los últimos cinco años: el Partido Popular.

Nos conocimos personalmente el 29 de junio del año 2014, justo el día posterior a mi trigésimo primer cumpleaños. Fue en Talavera de la Reina (Toledo), en una comida de militantes donde estuvimos muchos compañeros apoyándote. Esperé en la puerta del lugar donde se celebró aquella comida. Recuerdo que fui de las primeras personas en saludarte. Por aquel entonces, ya se había iniciado la andadura a la Secretaría General del PSOE a la que tú libremente decidiste concurrir. Recuerdo que el mismo 28 de junio fuiste proclamado candidato con el mayor número de avales de los pre‑candidatos que se habían presentado para la primera cita electoral interna de la historia del PSOE en cuanto a la Secretaría General se refiere.

Mucho antes, nos habíamos empezado a seguir en las redes sociales y, poco a poco, fui descubriendo un político que se asemejaba bastante a lo que yo pienso que debe ser un político de altura. Llegaste, no sin dificultades, y eso me hizo acercarme a ti aún con más entusiasmo (tal vez porque mi vida no ha sido jamás un camino fácil y ni mucho menos sembrado de rosas).

Viniste al partido de una manera parecida a mí. Lo hiciste movido por los valores que representa el Partido Socialista Obrero Español. Lo hiciste justo cuando Felipe González acababa de abandonar la Presidencia del Gobierno y quien te escribe, lo hizo en 2001, año donde precisamente el Partido Popular estaba con una amplia mayoría absoluta.

Nos dimos de alta tú y yo en dos momentos verdaderamente complicados para el socialismo español. Y eso, seguramente, nos da aún mayor valor. Los socialistas no tienen en su diccionario la palabra rendirse y eso lo sabemos muy bien tú y yo, Pedro. Y es que, ¿cómo se va a rendir alguien como yo que ha sabido librar la batalla de la vida justo cuando nadie daba que lo conseguiría? Como tú, aunque por poco tiempo, también he conocido la lacra del paro y puedo comprender perfectamente la impotencia que sientes al ver que, tras años de esfuerzo estudiando una carrera universitaria, eso no se traduce en una salida laboral.

No eres una persona rara. Más bien te veo un tipo sencillo, cercano, amable, divertido y me creo totalmente que seas muy familiar. Eso dice mucho de un hombre, pues aporta la seguridad necesaria para confiar cualquier tipo de proyecto que se precie en sus hombros.

Tus errores has cometido. Críticas habrás recibido muchísimas. Es normal. Lo raro sería no recibirlas. A mí por defenderte me han dicho de todo pero, ¿qué importa eso ahora? Nada. A mí no me importa nada, como diría Luz Casal con aquella canción.

Nadie es infalible en esta vida. Nadie es perfecto ni tampoco creo que deba de pretenderse. Has demostrado eso, pero también has hecho posible que muchos sigamos confiando en ti simplemente porque tienes claro tu objetivo que, espero, esté aparcado sólo por el momento en los rincones de la historia.

Has demostrado entereza, capacidad de diálogo y de escucha. Has sido leal a nuestro partido, y lo más importante, a tu palabra. No hay mayor honra y honor que hacer lo que uno dice y cumplir con aquello que promete. Y tú lo has hecho, Pedro. Prometiste que tu programa sería radicalmente distinto al del Partido Popular. Que estabas en política justo para cambiar aquello por lo que los ciudadanos te habíamos pedido.

La grandeza de los hombres no está en sus palabras sino en la valentía que desprende la actitud que emanan de sus propios actos. Por eso, la grandeza de un político debe ser la de estar siempre movido por el pleno servicio a los demás sin más orgullo que el del sentido de la responsabilidad con aquellos que nos confíen el voto y también con aquellos que incluso no nos hayan votado.

Desgraciadamente no estamos acostumbrados a que un político diga que dejará su cargo si no se cumple aquello que prometió, pero sin embargo lo has hecho y eso te honra.

Por todo ello tengo que darte las gracias, porque ahora que estamos tan faltos de referentes en la política y en la vida en general, quizás tú empieces a serlo. Aún es pronto para saberlo, pero el tiempo es capaz de poner a cada uno en su lugar y puede que el tuyo aún esté por definirse.

Sólo te pido que no dejes de luchar. Te pido que sigas haciendo camino al andar como diría Antonio Machado, pues sólo así podrás descubrir por ti mismo cuán acompañado estás y quién sabe si cuán equivocados están aquellos que te dañan.

Ha pasado apenas un día desde tu marcha del escaño y ese vacío que dejas no lo podrá llenar nadie, pues los hombres de bien dejan una estela imposible de borrar y es que, aunque nuestro paso sea huella en la arena del mar que borren las olas, no podrán cortar la primavera socialista por mucho que quieran marchitar esas rosas rojas que tan dignamente sostenemos con nuestro puño.

Es por eso que de socialista de corazón a socialista de corazón, te digo: no te rindas y sigue adelante, Pedro.

Sólo te digo una cosa más: espero que un día tú y yo podamos vernos en un acto en Polán, mi querido pueblo al que estás invitado.